Las nubes cubren el
cielo nocturno, el silencio inunda las calles y todo lo que se escucha es el dulce
crepitar de las gotas de lluvia contra las ventanas. La oscuridad se alza sobre
cada rincón del inmueble y todas las sombras se funden en un mar de espectral
quietud.
Me dirijo al cuarto al final del pasillo, tal como hago a
principios de cada invierno, cuando el ambiente comienza a helar. Coloco suavemente
mi mano sobre el picaporte y lentamente lo empujo hasta que cede en su
totalidad... La puerta se abre.
La luz de mi vela permite ver el desolado panorama: las
elegantes cortinas de seda se convirtieron en harapos, los muebles de madera se
deshacen a causa de la humedad y en medio de la habitación se encuentra tu cama
corroída por el paso del tiempo, sin haber sido tocada desde aquella vez hace
ya tantos años... ¿Por qué partiste?... ¿Por qué me dejaste y...?
¡Ahí está!, ¡lo puedo sentir!, la muerte ha invadido mi
morada. Resuena en cada cuarto y cada pared, veo su sombra en cada ventana,
¡Creo que he visto su extraña silueta en la puerta!
La muerte quiere jugar un juego, y ha logrado tentarme a
escapar. Siento que me acorrala y me vigila, ¡está ahí!, ¡En aquella esquina!,
¡En aquel cuadro!. Su sonido mudo no se calla y su figura invisible no
desaparece...
Corro, corro por los pasillos lúgubres del inmueble, en cada
salón vuelvo a morir, y en cada salón vuelvo a vivir, en cada puerta río, y en
cada puerta lloro, bailo un seductor tango con la muerte, ¡y la traiciono
bailando un sereno vals con la vida!.
Abro las últimas puertas y ahí está, sobre la chimenea
descansa mi amante de las noches más oscuras. Su hoja mortal y sus bellos
detalles son como la rosa salvaje: Bella, frágil, pero peligrosa. Me deshago en
deseo por mi amante pecaminosa.
Sin embargo, aún cuando no quiera terminar este momento,
debo alejarme de esta trampa mortal, tomo a la hermosa y me encamino para
abandonar mi hogar.
Y allá afuera me siento libre, siento que he escapado, ¡Sí!,
¡Vencí a la muerte!, corro, salto, canto, río bajo la lluvia lleno de vida,
¿Será que estoy loco?, no... ¡Para mí los locos han de ser los que me miran!.
Bailo dando vueltas y vueltas calle abajo, gustoso, sin
detenerme, sin titubear, vueltas y vueltas sin parar... pero súbitamente algo
me paraliza, todo mi cuerpo deja de responder... Y veo tu rostro, la piel
blanca que poseías, los ojos vidriosos con que llorabas y la sonrisa en tus
labios rojos que al emitir tus cantos vencían a las diosas del Olimpo ¡Oh!,
musa mía, ¡Has regresado!, ¡¿pero qué haces con esa cuchilla?!.
Mi pequeña hoja se desliza entre mis dedos hasta caer
mientras me deshago en carcajadas. Recuerdo la herida que aquel día mi daga
dejó en tu vientre, la sangre se confunde con la lluvia, la vida se confunde
con la muerte, con la misma herida con que yo marqué tu cuerpo, hoy tu concluyes
el bello espectáculo que ha sido el fin de mi suerte.
¡Malditos sean el destino y la venganza!, que en tus manos
han depositado el fin de mis crueles andanzas...
Rafael
D'Heredia
No hay comentarios:
Publicar un comentario